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    abril 25, 2024 | 18:15

    Vivir dentro y fuera del presupuesto

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    Leí en el baño de un restaurante de Ciudad Juárez un ambicioso letrero que pedía a los clientes “no tirar el chicle en el retrete del excusado” y remataba como siempre “atentamente la gerencia”.

    Me aclaró el contenido del anuncio un hombre que no rebasa los 60 años. Aquel día portaba un uniforme azul marino con el logotipo del restaurante y un larguísimo nombre de 11 letras ‘Encarnación’. No podían faltar las botas de plástico negras con un ligero combinado en guinda que corría caprichoso por uno de los laterales.

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    Don Encarnación utilizaba un tapabocas para enfrentar con estoicismo y pasión los desechos humanos que, en ocasiones, flotaban en el agua de los sanitarios.

    “Perdone, señor- pregunté con cierto escepticismo tras leer el letrero- ¿en qué puede afectar un chicle que pesa cinco gramos vertido en el retrete?”

    El intendente tenía las huellas de una vida difícil. Se podía leer en sus ojos la historia de un hombre que había cumplido muchos años en sufrimiento.

    Supe por un mesero que el encargado de los baños era en realidad un antiguo profesor de preparatoria. Su testimonio lo ubica como un sobreviviente del alcoholismo, tenía apenas 5 años en recuperación; pasó de ser un miembro del ‘escuadrón de la muerte’ a un intendente responsable, con la técnica para garantizar el mantenimiento y la limpieza de los baños de aquel restaurante de mediana categoría en Ciudad Juárez.

    Su hermano, un abogado muy prestigiado de Ciudad Juárez, lo coloco en ese cargo. Habló con el dueño del establecimiento y le pidió el favor a cambio de supervisarlo y motivarlo para que no abandonara uno de tantos trabajos que había tenido después de caer en el alcoholismo.

    La respuesta del chicle vino al instante. Ese día aprendía que, en promedio, una persona evacua 150 gramos de caca, lo que representa 4,5 kg al mes y 54 kg al año. El letrero era un inhibidor de malas prácticas. Se utiliza para generar la programación mental de los usuarios para convenirlos a no echar papeles sucios, colillas de cigarro, chicles, toallas sanitarias, pañales y paquetes de cigarros vacíos en los retretes.

    El profesor refirió que la medida ha surtido efecto en los sanitarios del concurrido restaurante que destina una parte importante de su presupuesto anual en reparar los baños y en limpiar la suciedad de hombre y mujeres que suelen hacer caca fuera de la taza u orinarse en el piso.

    Por razones desconocidas, rompen las tazas de baño, tapan los mingitorios, rayan los espejos, destruyen los portapapeles y colocan letreros sexuales en los privados donde la gente se sienta para hacer sus necesidades.

    El profesor platicaba mejor que nadie la historia de un abogado juarense de gran altura que apenas cabe sentado en la taza del sanitario destinado para las personas con discapacidad.

    “Qué pinche mojón el del abogado”, señala el profesor mientras simula con sus manos el tamaño del furtivo desecho del experto en leyes que acude los miércoles a desayunar con un par de amigos.

    La ilustración del profesor nos ayuda a entender lo que ocurre en la vida política del Estado de Chihuahua. Utilizo un burdo ejemplo para reflexionar sobre la artera campaña que enfrenta el gobernador del Estado por parte de la mayoría de los medios de comunicación y activistas políticos. Muchos de ellos aprovechan la crítica para favorecer a sus patrones que son los reales detractores del gobernador. Y allí están, ocultos, operando desde las otras entidades de gobierno, apedreando al gobernador del Estado, sumados a la violencia del fuego amigo que ataca desde las mismas entrañas del PAN.

    No se trata de una analogía morbosa entre el chicle, la caca y el gobierno, sino en demostrar que el principio de la libertad de expresión se activa y desactiva cuando los medios de comunicación se ven cooptados por la necesidad económica.

    Fue así como la mayoría de los medios de comunicación creyeron que 30 militantes del PRI que protestaron contra Javier Corral en la Carrera de la Liberación, eran suficientes para iniciar una guerra contra el gobernante.

    No es un asunto opuesto a la censura y autocensura, sino de una soterrada campaña que se ha vuelto perniciosa conforme pasan los días. Los medios de comunicación han aprendido la lección, comprendieron que no se puede vivir, únicamente, del presupuesto oficial. Es por eso que pagan con creces la decisión de Corral que decidió acabar con los encuentros pasionales que fueron característicos de los gobernadores priistas, cuya terna incluye al más corrupto de todos, César Duarte Jáquez.

    Supongo que Jaime García Chávez pelea desde la cúspide de su activismo de izquierda por una causa justo, que incluye la redención del gobernante y el retorno a la lucha política que ambos emprendieron en los nefastos días del tirano de palacio.

    Fue García Chávez el que persiguió al ex gobernador Patricio Martínez García, cuya corrupción fue tan abrasiva como la de César Duarte, pero magistralmente maquinada para que nadie sospechara lo que realmente ocurría en las arcas de su administración.

    El priista fue acusado por el activista camarguense de comprar edificios viejos en el centro de la ciudad de Chihuahua utilizando a una de las hermanas Martínez. No ocurrió nada.

    Esa lucha la perdió García Chávez y el pueblo de Chihuahua porque el tirano de esa época se fue con honores y todavía el pueblo lo convirtió en senador de la república.

    El librero, como peyorativamente se le llama, tiene fama de miserable. Y en su riqueza, el explosivo político es incapaz, como muchos ex gobernantes ladrones, de convertir la deshonrosa fortuna en salvar lo que le queda de conciencia; y qué decir de los asuntos domésticos que fueron tratados por el ex senador como una pelea entre socios, actuando como un vulgar gánster.

    Nadie se opuso a esa tiranía. Los medios de comunicación se solazaron y aplaudieron al bohemio de palacio. Eran los días de gloria, con el famoso Arturo Proal que visitaba las redacciones y citaba a los periodistas en el hotel Plaza Juárez, donde se acordaba la ‘atención’ que vendría de las arcas de palacio; la historia se repitió en los gobiernos de Patricio y Reyes Baeza.

    La estridencia y los excesos se convirtieron en un programa de gobierno. Los periodistas aplaudían. Los medios de comunicación divulgaban la estupidez oficial del gobernante en turno. Y todos sonreían y se embriagaban en las fiestas del vicioso gobernante sin que nadie escribiera una sola frase de lo que ocurría en las francachelas.

    Vino luego el gobierno de José Reyes Baeza. El silencio prevaleció en un sexenio marcado por la violencia, por el narcotráfico y la corrupción. Entonces los analistas políticos, los medios de comunicación y los activistas sociales escondieron la pluma.

    Los asesinatos de periodistas, los crímenes de activistas sociales, el éxodo de reporteros y derechohumanistas a Estados Unidos porque no pudieron ser protegidos por el estado; la guerra de los carteles de la droga que se sentían agraviados por un gobierno que no les cumplió sus ‘promesas’… y, como corolario, la barbarie. La disidencia política calló, porque nadie estaba seguro.

    La tinta de las plumas se activó cuando se acabó el sexenio. Entonces todos tenían algo que decir porque ya no existía el compromiso económico y político con el gobierno que se iba; la mafia se había autodestruido y ahora sí fluían historias de todo tipo.

    Las historias del narco fluían conforme avanzaba el nuevo gobierno encabezado por César Duarte Jáquez.

    Las huestes del naciente gobierno imponían un nuevo silencio. La crítica contra el corrupto gobernante se diluyó después de definirse los presupuestos destinados a los medios de comunicación.

    Se pasó de la simulación a la sumisión y nadie dijo nada. Poco a poco, como un cáncer, los actores políticos del duartismo fueron conquistando los medios nacionales y estatales que simularon pluralidad y periodismo objetivo.

    Las partidas económicas alcanzaron a los directores de algunos medios de comunicación que puntualmente acudían con el Secretario de Hacienda a cobrar partidas económicas en efectivo que oscilaban entre los 200 y 300 mil pesos mensuales.

    El ‘testigo protegido’ del corralismo, el ex secretario de Hacienda, Jaime Herrera, entregaba personalmente esos recursos para atender el compromiso del patrón. Luego los empinó a todos y divulgó la lista de comunicadores, cuyo contenido es como el letrero del chicle en el baño del restaurante.

    El silencio en la era duartista se tornó abrumador. Pocos medios hablaban del tirano. Los operadores políticos de Duarte y el mismo gobernador acudían personalmente con los dueños de los medios de comunicación a quejarse de los directores y reporteros que se salían de la línea editorial marcada desde palacio.

    El gobierno ofreció préstamos bancarios a algunos empresarios de los medios de comunicación con los que ampliaron sus negocios, adquirieron maquinaria o efectuaron nuevas inversiones en giros distintos al inicial. Las tasas bancarias eran bajas; las facilidades de pago se desplomaban cuando el medio agredía al gobernante. Entonces llegaba la amenaza, seguida de un berrinche del inquilino de palacio.

    Las críticas de Javier Corral hacia César Duarte empezaron mucho antes de expresar su decisión de ser candidato al gobierno de Chihuahua. Desde el Senado emprendió una de las más cruentas luchas contra el priista aportando información de mucha trascendencia. Fue el primero en anticipar que el gobernante fraguaba desde la posición política ganada en las urnas la creación de un banco con fondos estatales, mientras crecía la compra de ranchos por toda la entidad.

    Los medios de comunicación del Estado de Chihuahua fingían no escuchar, no ver, no leer lo que el legislador Corral decía.

    Las aclaraciones de César Duarte ocupaban ocho columnas o primeras planas; siempre estaban en los mejores lugares de los medios electrónicos y cibernéticos. Nos enterábamos que Javier Corral había insinuado o declarado algo por las respuestas, pero la acusación siempre era marginal o se escondía en notas que poca gente leía.

    Fue así que Javier Corral se refugió en los medios de comunicación de la capital del país y en unos cuantos medios del Estado de Chihuahua que ahora son sus preferidos.

    Era el tiempo de la luna de miel entre Corral y García Chávez. El activista de izquierda acudía a ruedas de prensa en la capital del país y su nombre era ya bastante conocido en los espacios informativos en los que el senador tenía acceso directo.

    En el Estado de Chihuahua el silencio prevalecía, mientras el tirano continuaba otorgando apoyos económicos que rayaban en la vulgaridad y el exceso.

    El desafío de Javier Corral y García Chávez era un aliciente para los detractores de Duarte. No estaban equivocados, el gobierno se debatía entre la corrupción y los excesos y los medios de comunicación y los reporteros estaban felices porque el flujo económico no cesaba.

    Para muchos activistas políticos y para los editorialistas que luchan contra el corralismo, lo ideal es que Corral Jurado se levante temprano y se ponga a trabajar; deje de jugar golf y de competir en carreras pedestres; lo ideal es que abandone su afición a los gatos y a los perros; deje de pactar con sus ‘testigos protegidos’ en el caso Duarte, porque ellos son igual de corruptos que el ex gobernante; otra solicitud es que despida a los ineptos de su gabinete que carecen de sensibilidad para atender los asuntos administrativos y políticos.

    Y de pasada, exija la renuncia a Antonio Pinedo como coordinador de Comunicación Social y acabe, de una vez por todas, con el capítulo negro de la jefatura de prensa que parece un capítulo del programa de la doctora Polo, sin ser aun un caso cerrado.

    Otra iniciativa de los comunicadores y activistas políticos es que el gobernante debe de dar mundana sepultura al periódico Cambio 16 para que los Diarios (de Juárez y Chihuahua) experimenten su proceso de catarsis.

    Y si se puede, restituir a los medios de comunicación lo que les quitó el gobernador Corral y que les corresponde por ser el cuarto poder del Estado de Chihuahua.

    Bajo esa premisa política opera el periodismo en el Estado de Chihuahua.

    Cuando Duarte o Reyes Baeza usaban sombrero y botas vaqueras, era sinónimo de virilidad y sentido de pertenencia en una entidad de rancheros y hombres recios.

    Cuando Javier Corral utiliza sombrero y botas vaqueras se le personifica como ‘Chelelo’ y en torno a su figura se multiplican los memes y las caricaturas políticas.

    Toda acción gubernamental, justa o injusta, es denostada en forma inmediata por los múltiples detractores del gobernante.

    En justicia se ha ignorado que el estado está en quiebra por los excesos de los tres últimos gobernadores priistas que contrataron créditos que echan por la borda cualquier intento de inversión pública o crecimiento estatal.

    Parece que se quiere olvidar que el gobierno federal se ha convertido en un tirano que niega a los chihuahuenses lo que en derecho nos corresponde. No se ataca al gobernador Corral, sino se atenta contra toda una entidad.

    Esa causa nadie la defiende porque consideran que es justa. Se goza de esa injusticia porque creemos que se aplica contra un odioso gobernador.

    Y no soy yo el defensor del gobernador, sino el relator de estos espantosos excesos que se ciernen sobre la vida de un personaje polémico y, posiblemente, sin mucha experiencia para gobernar o tomar decisiones que nos beneficien a todos.

    Este es un ejercicio de congruencia. Si en algo coincido con Javier Corral es cuando señaló que la prensa debería de dar un cambio en su percepción del quehacer.

    El gobernador dio la bienvenida a un periodismo de investigación, no en lo que se ha convertido hoy, en una prensa superficial, llena de prejuicios y de chismes.

     

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    Rafael Navarro

    Periodista y Analista Político.

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