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    abril 20, 2024 | 2:28

    La historia de El Chanclas y los pipitillas

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    En la década de los noventas y principios del año dosmil, me reunía en el restaurante de comida italiana conocido como Abelini, propiedad de la familia Medrano, cuyo jerarca, Jesús Abel, era un apasionado del buen vino y de la política.

    Su cercanía con miembros de la función pública, afines al Partido Acción Nacional, lo colocaba como un visionario que marcaba sus preferencias en base a la amistad que le prodigaban los comensales conocidos como los ‘pitufos’ para diferenciarlos del PRI.

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    Un día, en tono solemne, me dijo que el ingeniero Daniel Jorge Mena Eng, actual delegado de Pensiones Civiles del Estado, sería presidente municipal de Ciudad Juárez.

    Le comenté que las posibilidades eran mínimas, bajo un argumento irrefutable: “el ingeniero Mena es demasiado honesto y su perfil no cuadra con los truhanes de la política, que son muchos…y empiezan a reproducirse como hongos al interior del PAN”. Hasta este día no me he equivocado.

    Las noches de tertulia política en el Abelini eran apasionantes. El nombre de Víctor Talamantes, el legislador que fue acusado en alguna ocasión, a través de una manta, de realizar abortos, era otro de los asistentes a las tertulias y, además, candidato de Abel Medrano a puestos políticos importantes.

    El empresario de comida italiana era conocido en el círculo de amigos como ‘Abelini’ aduciendo que el negocio de comida italiana se llamaba así por su nombre propio, Abel.

    Y en esas noches de discusión, entre pizas caseras hechas por su esposa Cristina, lasagna, penne, espagueti, tocábamos todos los temas del momento y pronosticábamos el futuro de Juárez con los nacientes políticos.

    Años después, con el toque maestro de uno de los miembros de la familia Medrano, que durante años estuvo viviendo en Italia y trabajando en restaurantes de aquel país, hicieron del Abelini el mejor restaurante en su ramo.

    Años después, Abel fue asesinado. Recibimos la triste noticia en junio del 2015. A quemarropa, el empresario fue atacado al salir del negocio ubicado en Pradera Dorada.

    La última vez que cruce palabra con Abel me platicó que uno de sus comensales frecuentes era el secretario de Seguridad Pública de esa época, el teniente militar Julián Leyzaola quien duraba las horas en el local degustando diferentes platillos italianos. En varias ocasiones, el controvertido jefe policiaco compartió la buena cocina de los Medrano con el alcalde Héctor Murguía.

    A distancia nos preguntamos, ¿por qué la gente brillante del Partido Acción Nacional, que abunda y está desempleado, no ha llegado a cargos de elección popular? La respuesta es muy complicada.

    Como decimos en el argot periodístico, vemos llegar a “pura pipitilla” y vaya cosa.

    La palabra ‘pipitilla’ no alcanza para ser definida de una forma certera por un diccionario de altura o de medio pelo; quienes utilizamos esa terminología desvariamos en nuestras propias versiones etimológicas de lo que podemos interpretar al hacer uso del término.

    Pipitilla pues, es un individuo a medio pelo, una persona hechiza en cualquier profesión que carece de los conocimientos técnicos para estar al frente de una encomienda.

    Otra vez cito al periodista Marco Antonio Torres a quien escuché por primera ocasión acuñar el término en una redacción de periódico. “Mi Rafa, ese cabrón es un pendejo que escribe pura pinche pipitilla”, me dijo refiriéndose a un periodistas que nos dio muchos problemas en la redacción del periódico El Diario, en nuestra estancia en ese rotativo.

    Osvaldo Rodríguez, el propietario de lo que fuera en su momento el gigante de la comunicación en el norte de México, precisamente El Diario, tenía una singular forma de distinguir a los que carecían de fortuna en las lides del periodismo.

    Alzando las cejas, mirando con firmeza hacia el interlocutor, don Osvaldo tenía –creo que ya lo perdió después de sus últimas elecciones periodísticas (auténticas pipitillas)- de adjetivar a las personas.

    Su rango de opciones era reducida. Rascándose las palmas de sus manos, una manía continua en el empresario, repartía con mucha firmeza lo que a cada quien le tocaba.

    “Ese cabrón es un pendejo”, “ese es media cuchara”; “ese tiene buenas nalgas pero no sirve pa’ nada”; “ese es muy exagerado”; “a esa cabrón le tengo miedo porque es traicionero…y le gusta la lana”; “ese es un buen periodista…”; “ese es un huevón”; “esa pinche vieja si tuviera más nalgas y más cerebro sería una buena reportera”.

    Y cuando se refería a los políticos la circunstancia era más particular, pero igual de genial. En realidad, sin adulación, es un profesional de las descripciones…muchas veces caí en sus redes.

    Conocí a Carlos Borruel Baquera en la década de los 80s. Era un buen hombre, de muy alto nivel ético y un periodista no formado aún. Talachero, soñador, dueño de una impresionante definición en torno al modelo de país que buscaba. Sus fobias políticas se habían definido en contra del PRI, pero no tengo claro si en esa época militaba ya en el PAN.

    No me queda claro en qué momento dio el salto a la vida política. En su paso por el periodismo confrontamos sus ideales que eran muy firmes en relación con lo que para él debería de ser un reportero ético.

    Y tenía razón. Muchos periodistas nos desviamos en absurdos. Quizá nos cansamos muy pronto del sistema (político) y de los medios de comunicación que a distancia sabemos que son una verdadera farsa. Ni uno solo se salva.

    En aquella época tuve la sospecha de que gente como Borruel no se iba a quedar en la comunicación. Muchos otros como él pasaron por las filas del periodismo y tuvieron los mismos problemas éticos.

    Dirigían los periódicos personas con evidentes desequilibrios mentales. Gritones, alcohólicos, corruptos, mentirosos, enamorados y vendidos.

    Mil historias podrían llenar este espacio, por eso Jacobo Zabludowsky dijo aquella frase ya repetida en este mismo espacio: “para ser periodista no se necesita estar loco, pero como ayuda”.

    La larga lista de autodidactas o de periodistas hechos en las redacciones, da una muestra de lo valioso que es el gremio.

    Carlos Loret de Mola, abuelo, era un eterno defensor de los reporteros. Decía que la profesión de periodista, por si sola, no merecía título universitario. En esa época, el atodidactismo, construía comunicadores que eran gigantes en el ejercicio diario.

    Don Carlos emitió con cierto sarcasmo el ideal que todos perseguimos en su momento. Contaba el señor Loret de Mola que en alguna ocasión llegó un hombre al periódico que el político tenía en Yucatán. En forma insistente preguntaba a cada uno de los reporteros qué profesión habían estudiado.

    Don Carlos lo paró en seco: “Mire, mi amigo, aquí todos somos periodistas…el más pendejo es ingeniero”.

    En el pasado nadie preguntaba a los periodistas si tenían o no título universitario. A Renato Leduc nunca se lo preguntó, porque su genialidad rebasaba cualquier límite. Escritor, poeta y periodista, todo en mismo paquete.

    Y qué decir de Gabriel García Márquez, premio Nobel de literatura y periodista consumado. Un genio en el arte de escribir.

    El mismo Carlos Loret de Mola, abuelo; don Luis Fuentes Saucedo y después su hijo, Luis Fuentes Molinar que llegó a ser alcalde de Chihuahua y que registró en los anales de la historia el más grande acto de hombría y democracia. En 1983, siendo por segunda vez candidato del PRI a la presidencia municipal de Chihuahua, se opuso a una orden del sistema político y aceptó su derrota ante el panista Luis H. Álvarez.

    También sobresalen los periodistas Andrés, Octavio, Aurelio todos de apellido Páez Chavira; decenas de extraordinarios periodistas, como el maestro Alejandro Irigoyen Páez o los ya finados Octavio Sandoval y Fidel Cruz Solís; Abelardo Hurtiz, Andrés Vela Pérez; Carlos Gallegos, que sí tiene una licenciatura; Alejandro Pérez de los Santos, El Perikles; mi maestro, el señor González Raizola; don Federico Guevara y ahora su hijo que es un orgullo en el periodismo chihuahuense.

    Esa pequeña lista muestra que el periodismo chihuahuense ha sido dotado de extraordinarios profesionales. Y vaya que no se cuentan a las generaciones que vinieron después, más dotadas de técnica académica, con otra formación periodística en las redacciones, pero igual de sólidas en su estructura.

    Fue en ese amanecer de Chihuahua que conocí a Carlos Borruel Baquera. Ambos trabajamos en el periódico Norte de Chihuahua. Le decíamos el chanclas porque utilizaba unos zapatos que en alguna ocasión supusimos que le quedaban grandes, pero en realidad eran de su talla, solo que de un corte más delgado que los comunes. Ahora sé que eran tipo italiano. El drama de su calzado se agudizaba porque no tenía como costumbre bolearlos, por eso parecían chanclas.

    Carlos nos platicaba de su familia. Aún no se cazaba con Lety y desde esa moza edad sostenía estándares muy altos en relación con la vida ética de la política.

    Sus pláticas nos incomodaban porque seguía los ‘patrones’ éticos de la anticorrupción como si fuera una religión. En el fondo sabíamos que decía la verdad. Comprendíamos que el régimen, ayer como hoy, es un asco. Que la política es la peor podredumbre que puede existir sobre este planeta tierra.

    Era el tiempo de las camisas que tenían un baño de seda y los zapatos imitación bostoniano, ya sin cintas. Yo tenía unos que eran una verdadera calamidad. Nunca se vieron bonitos, ni llevándolos a bolear a la plaza Hidalgo, frente al palacio de gobierno en Chihuahua.

    Borruel, como eterno detractor del sistema, sufría en las redacciones, porque todos los ‘maestros’ del periodismo, independientemente de sus genialidades, tenían un fuerte lazo con los gobernantes del momento y recibían las prebendas.

    Un gobernador les mandó hacer casas en la Unidad Presidentes y se las regaló. Los periodistas y sus familias quedaron encerrados en la mejor zona residencial de Chihuahua.

    Y eso molestaba de Borruel, que dijera las cosas como son. Sus comentarios generaban discusiones en la redacción del periódico Norte ya que el ahora funcionario estatal y ex alcalde de Chihuahua consideraba que todos los políticos eran corruptos… y algunos reporteros.

    Se formó como un hombre austero, disciplinado. Con esa visión creímos que no llegaría muy lejos si se quería dedicar a la política.

    En este momento no sé si Borruel llegó lejos, lo que sí sé es que tiene un serio problema en casa y que sus valores, otrora irreconciliables con la política sucia y los políticos corruptos, está en un bajísimo nivel, aunque goce de las prebendas que en ocasiones creemos que regala el sistema.

    Y así las cosas. El gobierno, el sistema, no regala nada. En teología diríamos que Satanás no obsequia lo que el hombre recibe de él, porque siempre cobra con muy altos intereses todo lo que ofrenda como cobra a muy alto costo.

    El síndrome Borruel le está ocurriendo a la mayoría de los políticos. Ellos nos gobiernan, nos tratan de dirigir, pero en realidad han perdido su esencia de dignidad, honorabilidad y ética para conducirnos como pueblo.

    Que el hijo del director del Instituto de la Vivienda choque un auto lujoso, no reviste ningún problema en el entorno social. Es una nota periodística importante, morbosa, pero pasajera. No ocurrirá nada.

    El problema más grave es que la credibilidad de los gobernantes se ha ido deteriorando. Por eso cuando Javier Corral, en su histrionismo y farsante retórica, nos ofrece esa parodia de estadista frente a las cámaras de televisión y dice “Chihuahuenses, les habla su gobernador del Estado”, el pueblo siente que es un lenguaje falaz. No se siente que sea nuestro gobernador, porque sus actos están alejados de su palabra, de sus dichos, de sus frases bien dichas.

    En la boca de Corral sabemos los adjetivos comunes, los que nos hemos aprendido de memoria. Y así está Peña Nieto y quienes quieren sucederlo en el poder.

    Entonces, bajando a la pipitilla chihuahuense, observamos a un Carlos Borruel, a un Víctor Estala, a un Ramón Galindo, a un César Jáuregui Moreno, a una Maru Campos, a un Mario Vázquez, a un Gustavo Madero…y a toda esa camada de pragmáticos, como el declive de la moral.

    Y luego hagamos la lista de políticos afines al PRI, relacionados con el caso Duarte Jáquez, que es muy larga y vergonzosa.

    César Jáuregui Moreno, es otra muestra más de la política real. Es injusto decir que todos los priistas son corruptos o que viven de la corrupción. No, la política está corrompida, no importa el partido político y sus emisarios, al que le pongamos la mano.

    César Jáuregui Moreno sería capaz de lo que sea. No tiene límites en su ambición y ética. Alguien en alguna ocasión dijo que el actual secretario del ayuntamiento en Chihuahua era un priista con camisa de panista. Ese comparativo es injusto.

    Jáuregui es un hombre deshonesto a carta cabal. Sus ambiciones llegan hasta donde él quiere y es un experto en el manejo de asuntos ‘oscuros’, es un maestro en esa misión.

    Esa misma escuela es la de Cruz Pérez Cuéllar y la camada donde participa Víctor Estala Banda, Gustavo Elizondo, Ramón Galindo, Enrique Torres, Leticia Corral, Mario Vázquez, la candidata a diputada Daniela Álvarez…

    En su loca ambición no se miden a la toma de decisiones erróneas que los hace pactar con quién sea y como sea, hacer lo que sea; las historias abundan.

    El problema se acrecienta frente a una imagen deteriorada, descompuesta y sucia que tienen ya esos gobernantes y políticos ante un electorado que los desprecia.

    En realidad la sociedad, sus familias, muchas personas que llegamos admirarlos un día, esperábamos más de ellos.

    Sus riquezas son insospechadas y fueron amasadas en la función pública o paralelamente a ésta. Un día se irán a casa con esa consigna. Estarán en la mecedora con un trago amargo, releyendo lo que se dijo de ellos en su momento y que no pudieron contradecir porque partía de la base de la verdad que quema.

    El asunto es delicado no para una sociedad que olvida, sino para los mismos políticos que intentan gobernarnos con ese nivel de antiética en el que se mueven.

    Si están donde están es porque el nivel de componendas es muy alto a esos niveles. Si Corral fuera lo que dice que es, si el gobernador tuviera tan solo una pizca de lo que esboza en sus discursos políticos cuando habla de la corrupción, muchos de los personajes que rodean su estructura deberían de estar en casa o dedicándose a otra actividad, no a la política.

    Si Borruel está donde está y vive como vive, es porque alguien lo protege…y seguramente es igual que él.

     

    Rafael Navarro

    Periodista y Analista Político.

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