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    abril 16, 2024 | 0:15

    Tiempo de Empacar

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    Hace dos o tres décadas, revisaba algunos cambios en nuestra estructura social.

    La desaparición de oficios que en un tiempo fueron de gran importancia como: La secretaria, la recepcionista (hoy se llama asistente y hace más cosas que lo que hacía la anterior); la recepcionista, sólo se ve en la burocracia y en oficinas “tradicionales” que por cierto no tienen muchos clientes.

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    Oficios como: el afilador de tijeras y cuchillos; el vendedor callejero de pájaros y otros pregoneros. Y así, despacito, va desapareciendo… el pasado.

    Los ciclos o soles

    Los aztecas tenían la creencia que cada trece años debía de renovarse todo en la vida del individuo. Ciclos que se respetaron hasta la llegada de los españoles.

    Se tenía la creencia que luego de cuatro ciclos, o soles, o sea cincuenta y dos años, se apagaban todos los fuegos y se recogían las representaciones de los dioses, tanto de las casas como de los templos. La gente de los pueblos se encaminaba al cerro tutelar y ahí se ponían a orar para que saliera el sol y se aseguraran otros cincuenta y dos años de vida del Sol en el que vivimos.

    En este ritual del cerro se hacían pedazos las representaciones de los dioses que habían estado vigentes durante este ciclo de cincuenta y dos años que estaba terminando ese día. Y luego de ello, nacía el “fuego nuevo”.

    Cuando aparecían los primeros rayos de luz del nuevo día, todo se convertía en fiesta, pues estaban asegurados otros cincuenta y dos años de vida del Quinto Sol. La gente bajaba del cerro entonando himnos religiosos y se hacía una ceremonia muy importante llamada “Del Fuego Nuevo”, donde se encendía un fuego que duraría otros cuatro ciclos de trece años cada uno.

    Y así, cambios y cambios hasta nuestros días.

    Hasta llegar a los tiempos… ¿pos modernos?

    Eso de la posmodernidad hace años que caducó pero lo venimos reciclando ante la ignorancia que nos envuelve. La posmodernidad se distinguió por la muerte de los grandes relatos, las obras de gran calado, la exaltación de los pequeños relatos, la era de los fragmentos. Se le denominó la filosofía del dialecto, no del idioma, del dialecto. Lo multicultural, el respeto a la diversidad, a las minorías, el mercado de la pluralidad.

    Pero eso está fuera de moda, según el filósofo francés Gilles Lipovetski, pasamos ya a lo que hoy se conoce como hiperconsumismo, pero para darle fuerza mediática es mejor conocer el fenómeno como GLOBALIZACIÓN, o como lo conocen los franceses Mondialization.

    Viajamos en el tiempo y en esta época, a la que el filósofo polaco, recién fallecido por cierto, Zigmund Bauman bautiza a nuestra sociedad contemporánea como la “modernidad líquida”. Nos ubica así.

    Sociedad individualista y despiadada, aquella en la que ya nada es sólido. No es sólido el Estado-nación, ni la familia, ni el empleo, ni el compromiso con la comunidad. Y deja dicho antes de morir que: “nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”.

    Pero además, en la convulsión, crecen moldes novedosos de conducta, y como hologramas, metidos en una densa nata virtual, nos llevan por unas veredas extrañas hacia manglares donde habita todo lo Fake. Y a esta falsa realidad le comenzamos a llamar… la posverdad.

    Pero entre la realidad que aun traemos en el subconsciente y lo Fake, emerge y crece el mundo virtual. Y hoy todo o casi todo, se mueve por el espacio cibernético.

    Las nuevas generaciones han perdido contacto ya con los signos, las huellas del pasado. No les interesa el origen, la raíz.

    De tal suerte que en este nuevo viaje del milenio, van solos, paradójicamente en un vehículo lleno de soledades. De individualidades. Impelidos por el hipercapitalismo, convertidos en hiperconsumidores.

    Liberados de los convencionalismos sociales, pero atrapados entre las garras del mercado. Absortos en la novedad de un mundo de placer imaginario.

    Bibliotecas virtuales, videojuegos, compras por internet, consejos sobre la vida vía Facebook.

    Lenguajes para nosotros aún incomprensibles pero para ellos afines, equivalentes, coincidentes.

    Cierro este texto con una frase de otro pensador contemporáneo: “Todo lo sólido se disuelve en el aire”, Marshall Berman.

    Es hora de empacar. O nos involucramos en estos nuevos símbolos y lenguajes para interactuar con las nuevas generaciones, o nos dedicamos a la contemplación para luego morir en la desvinculación total.

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