Originalmente publicado el 24 de enero de 2017
La naturaleza ha dotado a todos los seres vivos de una facultad, capacidad o condición exclusiva y perfectamente desarrollada que les permite estar en armonía con la naturaleza y, así aprovecharse de sus recursos naturales en la satisfacción de sus necesidades naturales: el ser vivo tiene la obligación fatal de satisfacer sus necesidades a fin de evolucionar; si no existe la necesidad, no hay nada que satisfacer y en consecuencia se obstaculiza o anula el desarrollo.
La naturaleza donó y cedió únicamente al hombre la facultad de reflexionar que lo hace diferente de los demás seres vivos, con el objetivo de que la use como herramienta en el trabajo con la naturaleza y obtenga de ella los bienes que satisfagan sus necesidades naturales personales. Incorrecto llamarle hombre cuando falta la reflexión: es una máquina que lastima la posibilidad de una sana relación con la naturaleza.
Aunando a este argumento diré: que las colectividades carecen de la capacidad o facultad de reflexionar: únicamente obedecen a los mandatos de sus instintos o se someten cumpliendo las órdenes de un tercero que con su habilidad ha sabido dominar a las multitudes.
El murmullo y la algarabía producto de la diversidad de las actividades de la dinámica social cautivan la frágil atención del individuo, absorbiéndolo y convirtiéndolo de esta forma en parte o pieza integrante del mecanismo de la sociedad. Reflejándose así, en el sólido e invencible desfile interminable de ideas y formas que el individuo experimenta involuntariamente en su interior proveniente del exterior, evitando con una fuerza descomunal el nacimiento y desenvolvimiento de la iniciativa de reflexión del individuo.
Es necesario decirlo con justicia, ese susurro externo y esa procesión interna carecen de influencia en el individuo armado con una firme y vigorosa voluntad que le permite ser poseedor de una facultad de reflexión probada en el caldero de la soledad con alto grado de silencio: una soledad espiritual e intelectual no una soledad física; un silencio absoluto a ese murmullo exterior y a ese desfile interior, y sí una voz alta y firme a la voluntad pura, que genere una reflexión profunda y genuina en el individuo.
A pesar, del alto grado de desarrollo y perfección de la facultad natural de reflexionar que el hombre posee, esta ha sido olvidada en su funcionamiento y calificada de inútil e inservible; conservándola solo en la falsa creencia personal de que poseemos individualmente una alta dosis de reflexión. Vencida por la arraigada costumbre en la sociedad de vigorizar lo inmediatamente utilitario y debilitar todo lo que no se refleja con rapidez en dinero.
Concluyendo: El silencio en la soledad es el estado del hombre que le permite ejercitar la facultad natural de reflexionar de una manera pura: sin la intervención de motivos que determinen de forma equivocada esa reflexión. La función esencial de la facultad de reflexionar es provocar la determinación en el hombre para que ajuste su conducta en la legítima, exacta y necesaria explotación de los recursos de la naturaleza para que satisfaga sus necesidades primarias.
La reflexión es la herramienta que la naturaleza doto al hombre para que se aproveche legitima y justamente de sus recursos para satisfacer sus necesidades naturales.
Abogado. Filósofo. Columnista.
Buen amigo y consejero, entusiasta. Publicamos cada semana tu columna, en tu espacio en tu memoria.
Descansa en Paz.
Hasta pronto querido amigo.