Originalmente publicado el 8 de Noviembre de 2016
La ignorancia es el estado más bello del ser humano, es la posibilidad de sorprenderse y fascinarse del enigmático y hermoso mundo que nos rodea e iniciar activamente el conocimiento. La falsa creencia de ser poseedores de conocimiento evita buscarlo, impidiendo el disfrutar el deleite y el placer de percibir la deslumbrante y encantadora magia de la naturaleza de las cosas y de las ideas.
Por el contrario, la raquítica y pobre creencia de ser poseedor de conocimiento, sólo disminuye y debilita la posibilidad de que el hombre, con su esfuerzo exhaustivo, se aproxime un poco más a la inalcanzable verdad universal.
Los errores son parte esencial en la naturaleza del ser humano, no existe el individuo que carezca de ellos: la perfección del hombre contempla la posibilidad de la necesidad del error.
Sin embargo y para entender con claridad esto: los errores cometidos conscientemente por el hombre no lo son y por ende no forman parte de su naturaleza, estas son actitudes realizadas con pleno conocimiento que encubre intenciones perjudiciales; en cambio, los errores cometidos sin intención son parte de la esencia del hombre, generados por la misma legitima y valida imperfección y deficiencia de la naturaleza humana.
Por eso, el hombre ha creado dos grandes herramientas para conocer la verdad universal: el espiritualismo y la ciencia. El primero busca la verdad a través de la creencia en la revelación divina; la ciencia investiga la verdad a través de la razón en el conocimiento de la armonía del pensamiento con la esencia y naturaleza de las cosas o ideas.
Sin embargo, los imperativos o normas espirituales y los juicios científicos deben fincar su solidez en el hirviente caldero de la experiencia para certificar su validez y justificar su aplicación en la humanidad.
Es justo reconocer la incapacidad del hombre para conocer la verdad universal, por medio de estas dos enormes vertientes: el espiritualismo y la ciencia.
Cada paso hacia la obtención de este objetivo debe estar firme y sólido; en base a que cada avance hacia el conocimiento de la verdad universal debe impugnarse con rigor para evitar el nefasto dogmatismo que contamina y debilita el edificio del conocimiento que la humanidad construye.
La lucha es constante, permanente, exhaustiva y encarnizada con los errores espirituales y científicos. El conflicto, no es con la humanidad, el combate no es con el hombre, el enfrentamiento no es con el individuo.
A la humanidad se le debe respetar en sus principios universales para una convivencia en sociedad lo más armónica posible; se debe honrar y considerar los valores del hombre para lograr la paz y tranquilidad. Ponderar y valorar al individuo en la justa medida y condiciones para construir la sociedad en torno a sus intereses naturales y legítimos.
Tan antiguo como vigente, el pensamiento de San Agustín es reclamado en la desorientada y demolida humanidad de hoy.
El concepto de hombre individual ha desaparecido de la dinámica social sustituyéndolo por la idea de máquina; generando, esta sucesión, una dramática y espeluznante nueva relación con la humanidad.
El error se paga en conceptos materiales bajo términos utilitarios cuando beneficia al individuo, en los pocos casos; en la mayoría de los eventos el hombre sufre, injusta e irrazonablemente, en su persona los embates sociales por los errores cometidos, originados básicamente en la diferencia de ideas.
Me despido: El germen de los conflictos de la humanidad se fortalece en el incorrecto y desacertado argumento de enmendar y perfeccionar los errores de la humanidad, destruyendo y aniquilando al hombre mismo. Los errores legítimos y necesarios se reforman y modifican en los errores mismos.
San Agustín, un pensador vigoroso y universal… El tiempo y el espacio no atrapan su razonamiento y juicio.
Es cuanto ¡un saludo fraterno!
Abogado. Filósofo. Columnista.
Buen amigo y consejero, entusiasta. Publicamos cada semana tu columna, en tu espacio en tu memoria.
Descansa en Paz.
Hasta pronto querido amigo.