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    abril 25, 2024 | 8:59

    Los dos Ciudad Juárez…los dos chihuahuas

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    Es domingo. Son las 10 de la mañana (hora local) en la ciudad de Kermit, Texas; son las nueve horas en Ciudad Juárez y el Estado de Chihuahua y el partido entre México y Alemania, en la copa Moscú 2018, mantiene paralizada la mente y las actividades de casi todos los mexicanos.

    En México observo con asombro las imágenes de la nueva generación de zombis que están hipnotizados frente a un televisor, con la camiseta verde o blanca de la selección, esperando el milagro. Rezan, sudan, se desesperan, gritan, brincan y discuten cada jugada, mientras que en el estadio donde juega El Chicharito y los otros 10, los mexicanos sacan de su corazón el ‘Ehhhhh Culeros’, que le cuesta una amonestación a la Federación Mexicana de Futbol . Y me pregunto ¿para qué nos servirá ese milagrito? La respuesta es obvia, es para desinfectar el ambiente contaminado y asfixiante en el que nos han metido las campañas políticas.

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    Me enteré que la selección mexicana había metido un gol porque comparto un chat con el caricaturista Pillo, Alfredo Hernández que colocó en el Whatsapp un apoteósico ‘goooooollll culeros!’ y cuando terminó el partido un ‘no que noooooo’ que enarbolaba la lucha de un equipo de futbol que llegó muy descalificado al mundial y, lo peor del caso, por nosotros mismos.

    Aquí en Estados Unidos no les interesa mucho si México gana o pierde los partidos de futbol, porque hace años están alejados de toda emoción que tenga que ver con el país al que pertenecen por nacimiento, pero que rechazan por ingrato y peligroso.

    Viudas, huérfanos, madres que perdieron a sus hijos e hijas en la guerra contra el narcotráfico y del narcotráfico, lloran desde lejos porque no pueden ir a una tumba a decirles cuánto los extrañan.

    A los refugiados les sorprende el uno cero contra Alemania porque se trata de los germanos, pero hasta allí. Su vida transcurre entre el pasado doloroso en México y el presente doloroso en Estados Unidos. Un auténtico empate.

    Llegará el día de las elecciones y la vida transcurrirá igual para ellos. Llegaron al vecino país del norte asediados por su pasado, un pasado que está entre las calles de Ciudad Juárez y las poblaciones chihuahuenses que un día se vieron en crisis por la presencia letal del narcotráfico.

    Me entero que en todo el país los mexicanos salieron a festejar el primer triunfo de la selección de futbol. Hay memes por doquier en las redes sociales, las ilustraciones son simpáticas, otras una verdadera oda la creatividad.

    Alfredo Hernández nos sigue uniendo a los del chat con sus frases espontáneas que son como caricaturas escritas. Sus polémicas tajantes y su campaña de no sé cuántos días en contra del mal gobierno de Javier Corral nos hace pensar que es consistente en sus ideales.

    Me he unido en silencio a la infinidad de comentarios que se levantan en los chats donde participo. Me río, me indigno, me uno, me nutro y hasta me sorprendo.

    Federico Guevara en el chat de ‘Cifras, Datos y Más’ restringió los comentarios político-partidistas, las críticas a los gobernantes y la pornografía. En más de una ocasión ‘eliminó’ a quien no cumplió las reglas. Cada vez que alguien brinca la rayita que él mismo pintó para muchos pero que borró para otros, nos repite el código de ética. El único que tiene entrada y salida es José Antonio Meade y sus boletines de prensa, sus fotos… el resto se aguanta; Amlo no tiene entrada en ese chat, pero ni falta que hace, está hasta en la sopa de fideo.

    Y todos los que participamos, de alguna manera, incumplimos la ‘Ley de Federico’ porque en el fondo nos gusta la salsa de la controversia. Somos mexicanos.

    En ese chat se cuidan los mínimos detalles en atención al sacerdote y al pastor protestante que participan en el grupo. En el fondo esos dos personajes son iguales: más grillos que espirituales y todos los sabemos, pero Federico los cuida. En la referencia a Tinoco le llama ‘pastor’ y al Negris le dice ‘padre’. Toda una celebridad.

    Y para limpiar la conciencia, el talentoso Federico creó el chat que el mismo registró como ‘The Fighting Cluk’ para decirnos a todos ‘idiotas’ sin que nos molestemos. Aprovechó el modismo ‘Cluk’ se aplica en el idioma inglés a los idiotas. Y allí estamos todos llevando una ‘k’ en lugar de una ‘b’ y discutiendo la política, divulgando columnas, enviando memes de guerra sucia y las famosas ‘fake news’ que el mismo Federico desmiente porque es un periodista muy informado.

    En este clan de idiotas no están los sacrosantos religiosos porque no se merecen el calificativo, aunque son más mundanos que los cluk que se dan vuelo con las sugerentes notas que deambulan en el ingenioso medio.

    En el escenario juarense deambulamos bajo la sombra de Politikkon creado por Mario Héctor Silva, pero a raíz de la pérdida de su celular el autor desconoce las candentes polémicas que se generan entre periodistas, políticos, funcionarios públicos y empresarios.

    Allí está Enrique Serrano, Teto Murguía, Gerardo Hernández, Jesús Galindo, Bayo Valenzuela, el incansable abogado Sergio Conde Varela, Jorge Jiménez, El Pillo Hernández, Billy Padilla, Carlos Rubén Delgado, Jorge Martínez, Ariel Díaz de León, Guillermo Ronquillo, Oscar Kuri, el Cura Canales, Felo Varela, Víctor Tenorio, Héctor Lozoya, Andrés Quevedo, Pepe Vidrio, Toño Pinedo y muchos otros más que le dan vida a la discusión.

    Grandes exclusivas han surgido de ese chat que no tiene reglas. La única visible es ser invisible si no quieren que ser parte de la ácida respuesta de un contrario.

    En el pináculo de la controversia, el analista político Raúl Ruiz abandonó el grupo bajo el argumento que el chat “había perdido” su esencia. En verdad se extraña al politólogo porque aportaba elementos analíticos que deben ser escuchados.

    También participo en el chat de Alfredo Piñeira que se llama ‘Medios’. Es el órgano de difusión del PAN y sus candidatos, pero sirve como catarsis para hacer llegar a los que gobiernan los desacuerdos por la forma en que ejercitan el poder Javier Corral y sus huestes.

    Piñeira ha aguantado como un estoico las insinuaciones, menciones en columnas y rebeliones de quienes piensan que debería estar frente a un juez por el caso de Miroslava Breach. De vez en cuando respinga, pero supongo que ‘sus abogados’ le han dicho que guarde silencio y siga la vida como si nada.

    Me sorprende que entre los refugiados chihuahuenses en Estados Unidos haya presidentes municipales y sus familias que huyeron de Chihuahua cuando terminaron sus periodos de gobierno. En su lugar de origen fueron reyes y aquí son peones.

    Era cuestión de vida o muerte. Sus casas fueron quemadas y sus propiedades están abandonadas porque no se atreven a venderlas a nadie, ya que los nuevos propietarios podrían morir confundidos por los narcotraficantes.

    Recorrí varias iglesias cristianas en ciudades de Estados Unidos y dialogue con decenas de chihuahuenses desplazados por la violencia. Muchos de ellos sufren el dolor de la separación, algunos tienen más de 20 años sin regresar a México; sus hijos llegaron siendo unos niños y ahora son una mezcla rara de México-americanos que ‘mochean’ el español y apenas mascan el inglés.

    Sus nietos se han adaptado a la vida americana y la única raíz mexicana son las comidas que preparan en sus casas y cuyos ingredientes son adquiridos en los pequeños y medianos súper mercados que son como refugios de la tradición mexicana.

    Algunos fueron parte de esa ola criminal como delincuentes y otros fueron víctimas. Ahora todos conviven como uno solo; en las reuniones entre mexicanos platican sus historias, sus miedos, sus verdaderas angustias de vivir en un país sin papeles y escuchar que uno de sus vecinos fue deportado luego de ser detenido por la policía por golpear a su esposa.

    Allá se conoce muy bien cuáles grupos criminales dominan y la forma en que actúan. A lo lejos, familiares cercanos narran las nuevas historias y platican la ‘verdad’ que priva en el campo chihuahuense, en las calles de Juárez. Solo aquí las autoridades se chupan el dedo creyendo que todo está bien y que tanta muerte es por la guerra entre los puchadores que se pelean el negocio de la droga.

    Escucho sus testimonios de conversión a la fe cristiana. En particular dialogo con un ex celador del Cereso en los tiempos de los grandes capos. Miles de dólares corrían por sus bolsas; eran los responsables de introducir alcohol y droga, por órdenes del director y del alcalde en turno; la cerveza, el licor, la cocaína y las mujeres tenían precios estratosféricos que los capos pagaban con gusto.

    Luego, en el exterior, acudían a las cantinas que controlaban los mismos capos de la cárcel y allí tenían barra libre hasta el amanecer. Todo gratis, incluyendo los antojos que ofrecen esos negocios.

    Una gran cantidad de ex policías emigraron al vecino país asediados por su pasado y por los vínculos con el crimen organizado. Huyen de sus secretos que de vez en cuando fluyen. Fueron presionados por sus familias que les advirtieron a tiempo que sus días estaban contados, que mejor se fueran a vivir al vecino país.

    Un día, como pudieron, ingresaron a Estados Unidos a empezar de nuevo. Esos nuevos inicios fueron un auténtico desastre: se adaptaron a trabajos mal pagados, vivieron en cuartos y casas prestadas y, al final de la faena, se acostumbraron al sufrimiento…cuando no pudieron más, se entregaron a Cristo y empezaron una auténtica vida nueva.

    Muchos de ellos acudieron a Institutos Bíblicos y estudiaron para ser pastores. Por increíble que parezca brincaron de vendedores de droga a pregoneros de la fe…

    Algunos de ellos fueron parte de grupos criminales en el tiempo en que los capos de la droga de Ciudad Juárez dominaban todas las instituciones y, como empresarios públicos, eran amigos de los políticos y los gobernantes del momento. También hay casos recientes que aún afrontan los estertores de los que fallecieron o fueron secuestrados en el campo de batalla.

    El factor común es el mismo en todos los casos: autoridades municipales, estatales y federales inmiscuidas en el narcotráfico.

    Los capos de los 80s y los 90s salían en los periódicos en eventos sociales; acudían a los restaurantes y comían con otros empresarios y con los grupos políticos. En periodo de elecciones se convertían en patrocinadores y prestaban (muchas veces lo regalaban) grandes cantidades de dinero para que crecieran lo que hoy son boyantes empresas que fueron pintadas por fuera de honestidad, pero que, en la realidad, crecieron a la sombra del dinero que provenía del narcotráfico.

    Los delincuentes de ‘bajo pelo’ y uno que otro de cuello blanco, entraban de vez en cuando a los penales, para tapar el ojo al macho. Y aquellos que violaban las reglas eran condenados a permanecer más tiempo en prisión, pero con todos los privilegios porque el alcalde en turno era amigo y debía favores.

    Así se tejieron cientos de historias. Los supuestos criminales salían del penal, atendían sus negocios, sus compromisos sociales y a sus novias. Dialogaban con periodistas y pagaban sus compromisos. A la hora que concluían sus giras nocturnas, custodiados por elementos de seguridad del penal, regresaban a las celdas de lujo a continuar la fiesta.

    Por eso, cuando México metió el gol a Alemania, no estaban frente al televisor. No se convirtieron en los miles de zombis dominados por el futbol, sino permanecieron en otro sueño mental, en el que más les preocupa porque en cualquier momento, las locuras de Trump, los puede regresar a lo que son sus temores.

    Rafael Navarro

    Periodista y Analista Político.

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