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    marzo 28, 2024 | 15:35

    Las Casualidades Inconsientes

    Publicado el

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    Josef Koudelka es uno de los fotógrafos fundamentales del siglo XX. Fue quién burló la censura soviética desde el anonimato para mostrar al mundo la rebelión checa durante la Primavera de Praga. Las poderosas composiciones y la inusual fuerza expresiva de sus imágenes fueron el rostro más icónico de un evento que no pudo ser ocultado. También dedicó varios años a seguir la vida errante de los gitanos Centroeuropeos. En este deambular, dotó a la miseria y la marginación de una extraña belleza. Después siguieron varias décadas recorriendo el mundo para la prestigiosa agencia Magnum, cosechando premios y reconocimientos hasta el día de hoy. En resumidas cuentas, Koudelka es un mito vivo del fotoperiodismo.

    Desde mi época como estudiante de fotografía, era uno de mis autores favoritos. Devoré su obra, al igual que la de tantos otros, intentando desentrañar los secretos de sus imágenes. A veces incluso intenté imitar su estilo homenajeando alguna de sus instantáneas más icónicas. Vano esfuerzo, claro está. Como cualquier estudiante apasionado, soñaba convertirme algún día en alguien así. Y aunque la realidad terminó llevándome por otros caminos, sigo manteniendo intacta mi admiración hacia su obra.

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    Curiosamente, jamás puse rostro a Koudelka. Sólo conocía las imágenes que componían su obra pero no al hombre que se escondía tras ellas. Muchos fotógrafos, especialmente los grandes, suelen mantenerse fuera de foco. Su obsesión por captar al resto del mundo es inversamente proporcional a su gusto por ser retratados. Y la verdad es que nunca me paré a reflexionar cómo él, ni tantísimos otros, eran físicamente. Tampoco era algo que me preocupara demasiado.

    Hace unas semanas coincidí casualmente con Koudelka en el Art Institute de Chicago. Yo no sabía que él iba a estar allí. Estaba visitando el museo por simple placer cuando encontré un cartelito que anunciaba una charla suya. Miré el reloj y marcaba el minuto exacto en que estaba prevista la finalización del evento. Aún así me acerqué corriendo hacia la puerta del auditorio con la esperanza de que hubiese algún retraso o la charla se extendiera. Pero cuando llegué, las personas estaban abandonando el recinto. En una mesa estaban vendiendo libros del autor y, frente a éstos, había un grupito de personas charlando en parejas. Entre ellas, un señor mayor que me pareció Koudelka.

    Durante un instante dudé sobre qué hacer. No quería interrumpir su conversación. Y menos aún correr el riesgo de quedar en ridículo ante alguien importante. No es la primera vez que me sucede. Además, tampoco sabía muy bien qué decirle. Uno suele sentirse abrumado frente a las personas que admira. Sobre todo cuando tienen capítulos dedicados a ellos solos en los libros de Historia-de-la-rama-que-sea. Así que con el malestar de la duda, regresé a casa. Lo primero que hice nada más llegar fue buscar algún retrato de Koudelka en internet. Efectivamente, mi instinto no me había fallado. Era él.

    En vez de sentirme mal por la oportunidad perdida, comencé a pensar sobre el funcionamiento tan curioso de la vida. Cómo vivimos influenciados por otras personas que, a través de su talento y trabajo, nos enseñan otra manera de ver y hacer las cosas. Desconocidos que pueden incluso cambiarnos la vida. Lograr que nos decidamos a tomar caminos diferentes a los marcados por la cultura, la tradición y el entorno. Y por encima de todo, cómo esas personas que, de una manera u otra, nos han transformado pueden pasar a nuestro lado como si nada. Ignorando involuntariamente que a ese desconocido nos une un, invisible pero estrecho, vínculo de admirador y admirado.

    Mi imaginación disfruta disparándose rápidamente así que comencé a fantasear con esa idea. En todas las veces que quizás he desayunado en alguna cafetería junto a un músico que suelo escuchar habitualmente o tropezar en una esquina con uno de los viñetistas que me hacen sonreír todas las mañanas. Y tras estas ideas me sentí abrumado por la tremenda cantidad de gente a la que admiro y que carecen de rostro para mí. Además de una tristeza por la enorme porción de realidad que estamos condenados a ignorar.

    Lo único que sí sé es que, a partir de ahora, no veré las imágenes de Koudelka igual. Perderán parte de su idealización al saber que tras ellas se encuentra una persona normal y corriente. Un señor mayor con el que podría estar contemplando un cuadro en silencio. Y por ese mismo hecho, admiro su obra más todavía. Ahora fantaseo con la posibilidad de que, en otro momento y en otro lugar, lleguemos a coincidir de manera más fructífera. Incluso de poder contarle esta sencilla historia. En esta vida nunca se sabe.

     

     

     

     

    Diplomado en cine e imagen en Madrid, desde siempre compaginó la escritura con la fotografía. Ha rodado varios cortometrajes de bajo presupuesto y participado en diversas exposiciones colectivas e individuales. También colabora con varios medios locales periodísticos y radiofónicos, tanto españoles como estadounidenses. Habitualmente publica algunos de sus trabajos en el blog www.desfabricadoenchina.blogspot.com.

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