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    abril 19, 2024 | 2:13

    La Conciencia: Una facultad tergiversada

    Publicado el

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    Originalmente publicado el 4 de julio de 2016

    La historia ha generado una multitud de corrientes de pensamiento adversas al desenvolvimiento de la humanidad; sin embargo, pocas son las filosofías que sostienen su exiguo desarrollo convirtiéndose instantáneamente en sospechosas de servilismo a los poderes dominantes del momento. Esto debido a que a través del tiempo el egoísmo individual ha originado que la humanidad recorra insistentemente veredas equivocadas, separándose del camino que le corresponde naturalmente; provocando también, que de forma instantánea y relampagueante la humanidad débilmente oriente su desarrollo por un mejor camino, gracias al esfuerzo exhaustivo de hombres excelentes, para volver enérgicamente a perderse en los diversos senderos que le sumergen en la confusión. Inevitablemente, las consecuencias de este desajuste generado por el egoísmo individual han engendrado las terribles tragedias mundiales de ayer y los grandes conflictos irresueltos de hoy.

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    Impulsadas, por la natural emoción que provoca la búsqueda del conocimiento, las diversas civilizaciones y épocas de todos los tiempo han creado conceptos con características propias, impregnadas de certeza momentánea; más el descubrimiento, de sus inconsistencias, en las trasformaciones inherentes al paso del tiempo, obliga a la humanidad ha objetar constantemente los conceptos con el objetivo de vigorizarlos y perfeccionarlos. Esas civilizaciones y esas épocas pretenden legítimamente definir los enigmas universales del hombre; es válido que el hombre de cada momento y cada lugar definan esos misterios según su capacidad y según sus conocimientos, sin esa actitud la humanidad se paralizaría. Lo que no es válido ni legítimo es que la pereza y la cobardía intelectual nos sometan a la celda incomprensible de lo trascendental, fincando los argumentos en conceptos viejos y caducos que la historia ya absorbió y desecho ante la falta de certeza; dejando en el olvido los conceptos sólidamente fundados, que el transcurso del tiempo no ha logrado desacreditar con sus objeciones, por el temor a la rigurosa exigencia de una aplicación exhaustiva que implica su conocimiento y su realización.

    Ejemplificando: con profundo respeto y sorpresa he escuchado, de libres pensadores, definir doctamente qué es la conciencia. En general, la enmarcan con las características de esa fatal época del oscurantismo donde la humanidad rumió por más de diez siglos en tinieblas como parásito ante la inactividad; aburrido y estéril sería citar textualmente las múltiples definiciones Patrísticas, sostenidas hoy por los librepensadores, que solo nos conducen a una fascinante interrogación ¿qué sucede con los libres pensadores contemporáneos al definir el concepto de conciencia?

    Entender y comprender la definición básica del concepto conciencia de una manera simple para los efectos de este trabajo, mencionaré que es una facultad natural del hombre que consiste en dos grandes funciones: la primera, conocerse a sí mismo y conocer el exterior a través de los sentidos; la segunda, con base en ese conocimiento, sentenciar los actos del hombre calificándolos en buenos o en malos: bajo la pena de paz y tranquilidad en la primera y arrepentimiento y remordimiento en la segunda.

    En primer término, la generalidad de las definiciones de consciencia, que ha vertido la historia, reconocen un elemento fundamental: el conocimiento del hombre de sí mismo y el conocimiento del exterior a través de los sentidos. Es indispensable reconocer que el concepto conocimiento y su definición han provocado y continúan provocando profundas y radicales revoluciones en el pensamiento universal. Por lo tanto, con respeto a la diversidad de definiciones existentes del concepto de conocimiento y con base a las similitudes que los unen, es necesario entender y comprender, para el objetivo de este trabajo, de forma simple: uno, que el proceso de conocimiento del exterior en el hombre, se inicia con la actividad de los sentidos percibiendo el aparente caos del exterior generándole experiencia; seguido del conocimiento inteligible que ordena, por medio del entendimiento, esos datos desordenados en formas previamente establecidas de manera natural; colocando, esos datos del exterior ordenados, a disposición de la inteligencia que aprovechará la experiencia -que ha dejado la percepción de los datos aparentemente caóticos- en la búsqueda de los recursos que satisfagan las necesidades naturales del hombre. El otro, el conocimiento de sí mismo, principia con la observación intensa, constante y profunda en los sentimientos, pensamientos, emociones, físico y otros aspectos del hombre en sí mismo; con la intención de determinar los elementos esenciales de su personalidad y los elementos adheridos que forman la falsa personalidad. Gigantesca tarea que no permite la debilidad o la imperfección de un concepto que forme parte de la construcción del edificio de conocerse a sí mismo, las consecuencias son catastróficas. El imperante interés en las enseñanzas que fundan sus preceptos en lo inalcanzable por la comodidad de no acreditarlo y el alejamiento de lo alcanzable para evitar someter sus conceptos al crisol de la experiencia, son las conductas humanas que pervierten la obligación del hombre de conocerse a sí mismo.

    Por otro lado y en segundo término, entiendo que la conciencia es la facultad natural en el hombre para determinar lo bueno y lo malo en sus acciones. En esta segunda función, la conciencia somete la conducta del hombre al rigor de la estructura moral; a manera de tribunal determina si la conducta del individuo es buena o es mala; condenando con el remordimiento y arrepentimiento aquellos actos malos y absolviendo con la paz, tranquilidad y felicidad los comportamientos buenos. De manera que este argumento se convierte inevitablemente complejo, obligando a intentar definir los conceptos de bueno y de malo. Es menester considerar lo bueno como lo que está en equilibrio y lo malo lo que está en desequilibrio, así de forma sencilla; independientemente de la voluntad humana con tendencias a definir a lo bueno como lo que le conviene y de malo aquello que no le conviene individualmente.

    Para terminar. El funcionamiento adecuado de la facultad natural de la consciencia ha sido carcomido y desviado por el acumulamiento durante siglos de conductas humanas que armadas de apariencia han logrado engañar a la conciencia reflejándose en una voluntad mal empleada, en un razonamiento mal usado, en un pensamiento mal aplicado, pero con la firme seguridad de estar ejecutando una acción buena: he ahí el producto de esos flamantes sistemas de enseñanza relativos a la conciencia que han pululado durante el transcurso de los siglos corrompiendo y confundiendo a la humanidad más que perfeccionándola y orientándola. Su discurso trascendental evidencia el vacío de sus enseñanzas, obligando a estos sistemas, a aferrarse al ocio y a la cobardía de la humanidad.

    El hombre es responsable de las acciones ejercidas libremente con conocimiento, justificando de esta manera la sanción que a su buena o a su mala conducta le imponga su conciencia, considerada única y exclusivamente en los términos indicados en párrafos anteriores. De lo contrario, es injusto aplicar una sanción o castigo decretado por una consciencia depravada y corrompida con características trascendentales propias de la filosofía religiosa o mística, que colocan al individuo ante la imposibilidad de conocer el exterior y de conocerse a sí mismo por carecer de instrumentos o procesos naturales capaces de conocer lo trascendental.

    La naturaleza dotó al hombre de las herramientas precisas y necesarias para impulsar su evolución: razonamiento, inteligencia, entendimiento, percepción, conciencia, entre otras más; con seguridad una vez empleadas exhaustivamente estas herramientas y agotada su utilidad, haciéndolas innecesarias, la naturaleza y el cosmos proporcionaran al hombre otro tipo de herramientas para continuar la evolución en otro nivel y así sucesivamente. El hombre no ha iniciado aun la construcción precisa para el uso de las herramientas del razonamiento, inteligencia, entendimiento, percepción, conciencia, y otras más; pero sí pretende de forma caótica construir en el ámbito trascendental sin las herramientas adecuadas en terreno inseguro y sin cimiento por la falta de trabajo previo. Es pues, la conciencia un concepto que se debe definir y comprender bajo la capacidad inteligible del hombre y no en lo indefinible e incomprensible del conocimiento trascendental, debido a las crueles consecuencias en el hombre por sus acciones. Tergiversar los conceptos es simple… las consecuencias son trágicas.

    Es cuanto ¡un abrazo fraterno!

    Guillermo Chavez

    Abogado. Filósofo. Columnista.
    Buen amigo y consejero, entusiasta. Publicamos cada semana tu columna, en tu espacio en tu memoria.
    Descansa en Paz.
    Hasta pronto querido amigo.

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