Bulos, camelos, “whoppers”, falacias, medias verdades, sofismas, o simplemente mentiras. Conceptos todos ellos que describen la intencionalidad del lenguaje para engañar. Vivimos usándolos a diario, sea de forma consciente o inconsciente, con la “mejor” o la más oscura intención. Los usamos para reforzar una idea, darle sustento a un argumento o simplemente para ganar un debate, así sea con nuestros hijos para que se acaben la leche.
Están tan arraigados en nuestra cultura que los consideramos “normales”, justificamos su uso con los fines más sublimes o más abyectos, y para emplearlos no nos contiene ni nuestra posición social, profesión ni nivel cultural (por supuesto, en el caso de un nivel cultural elevado, suelen ser mucho más refinados, complejos y por lo tanto engañosos).
El perjuicio que causan es generalmente minimizado, pero atacan directamente nuestra forma de comunicarnos, minan la confianza entre interlocutores, nos cuestan dinero, nos dan una falsa sensación de seguridad y bienestar y socavan las raíces de nuestras democracias.
Seguramente el lector los conoce, los ha usado y ha sufrido sus consecuencias. A lo largo de una serie de artículos en esta columna trataremos los más comunes de ellos: Argumento Ad Hominem: “Contra el hombre”.
Se trata de destruir al que argumenta, no a su argumento. Es sumamente común en la política moderna, en donde lo importante son los antecedentes, pasado o reputación del argumentador, no el sustento científico, legal o estratégico de lo que dice.
El lector seguramente recordará el caso de Julián Assange, quien creó el portal Wikileaks, en donde fueron filtrados miles de documentos que inculpaban a innumerables políticos, instituciones, organizaciones y personalidades públicas en casos escandalosos de corrupción, desvío de sumas millonarias a paraísos fiscales, atentados contra activistas y un larguísimo etcétera, todo ello sustentando con información de calidad y fuentes fidedignas y cruzadas.
Casi al mismo tiempo de este escándalo internacional, la policía sueca arrestó a Assange acusado de la violación y acoso sexual de la opositora cubana Anna Ardin. Aunque fue liberado a las pocas horas por la fiscal del caso por falta de pruebas, la fiscalía superior de Suecia a los pocos días solicitó nuevamente su arresto y procesamiento por el mismo caso.
Hasta el cierre de esta edición, Julián Assange vive asilado en la embajada ecuatoriana en Londres, cuyo abandono causaría su inmediato arresto y extradición a Suecia. Independientemente de si el Sr. Assange es culpable (y hay una duda muy razonable que inclina la balanza hacia el que no lo sea), su labor de investigación es exhaustiva y ha sido muy bien demostrada por otras personas e instituciones serias, ajenas a cualquier interés personal (legítimo o no) que pueda tener el Sr. Assange.
Sin embargo, en el ideario de muchas personas el solo hecho de que exista la sospecha de una violación sexual de por medio, deslegitima los argumentos de Wikileaks.
Este caso es emblemático de la manipulación de la justicia y de la desviación de la opinión pública que sufren muchos periodistas, activistas y organizaciones que pretenden denunciar irregularidades que afectan la vida cotidiana del ciudadano común. Y es el propio ciudadano común quien acepta este tipo de argumentación como válida, pues es mucho más sencillo hacerlo que comprometerse con acciones que contrarresten las anomalías en el actuar de entidades y personas que utilizan dinero público o bien actúen en contra de los derechos universales en búsqueda del usufructo privado.
Espero que el lector sea tan amable de leerme en las siguientes entregas de esta columna.
¡Alea iacta est!
Ingeniero Químico y Licenciado en Educación, con Maestría y Doctorado en Ingeniería Ambiental.
Catedrático universitario y empresario emprendedor en productos con valor científico agregado. Analista político y Rector de la Academia Superior de Estudios Masónicos (ASEM) de la Gran Logia “Cosmos” del Estado de Chihuahua. Líder del Comité de Participación Política “Salvador Allende”.
*La suerte está echada
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