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    abril 16, 2024 | 8:11

    Argumentos falaces, opacidades encubiertas (Parte 4)

    Publicado el

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    Escenario: Juanito, María, Hilda y Matías están jugando al dominó (con toda seguridad el lector conoce el juego). Como son 4 los jugadores, a cada quien le tocaron de entrada 7 fichas. El juego se pone bueno, y al final se “cierra” el mismo (es decir, se quedan sin fichas con la posibilidad de seguir construyendo la cadena), quedando Hilda y Juanito con una ficha cada uno y con este último eufórico con su triunfo.

    Hildita, con toda razón, le pide a Juanito que le muestre su ficha para corroborar que ganó, a lo que un ofendido Juanito le revira: “No me puedes comprobar que no he ganado. Como no puedes hacerlo, ¡seguramente tengo la ficha con menos puntaje!”.

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    Si Hildita acepta la premisa anterior, acaba de ser víctima del argumento de la ignorancia.

    La ausencia de pruebas es algo con lo que tiene que lidiar la ciencia todos los días. En este momento hay una serie de asuntos torales que requieren el conocimiento generado por la aplicación del método científico.

    Todos lo vivimos desde la primaria: se hace una observación, se plantea una hipótesis, se diseña un experimento que tienda a comprobarla y se concluye algo a partir de los resultados del mismo.

    Generalmente los seres humanos planteamos hipótesis de forma totalmente natural a partir de las observaciones que realizamos, el problema está en que a la hora de diseñar el experimento para corroborar dichas hipótesis cometemos serios errores, o simplemente nos saltamos a la parte de la conclusión sin realizar ni un solo connato de prueba (generalmente apelamos a esa cosa rara llamada “experiencia”). Si a esto le combinamos nuestra natural susceptibilidad de que, insertos en un medio social, nos sentimos con la necesidad de tener la razón, apelamos vehementemente a que la ignorancia que priva sobre el tema (así sea si se está discutiendo la existencia de vida extraterrestre en nuestro planeta o de si la harina del pastel que nos obsequió la tía Ñeca es o no integral) es prueba suficiente de que lo que decimos es perfectamente posible, o incluso la verdad absoluta y revelada.

    La trampa es burda, pero efectiva, pues la mayoría de nosotros tiende a cerrar la boca cuando no contamos con evidencia de lo contrario o al menos con una hipótesis alternativa a la planteada por el adversario; pero aquí si tenemos que ser lapidarios: la ausencia de prueba, no es prueba de su ausencia.

    El hecho de que no conozcamos la respuesta a la pregunta no implica que ésta no exista, o que la respuesta formulada por alguien sea, por ausencia, la correcta. Implica que tenemos que echar a andar de nuevo el método científico, y probar más hipótesis y corregir el rumbo cuantas veces sea necesario. Eso es lo maravilloso de la ciencia: es una herramienta que da estructura a un cuerpo de conocimientos, que es absolutamente perfectible, pero aun así, es la mejor herramienta. Lo maravilloso de ella es que generalmente una respuesta abre la puerta a más preguntas, y el ciclo se renueva una y otra vez abriendo la puerta del conocimiento y con ello propiciando el rompimiento de paradigmas.

    Ahora que, ya entrados en gastos y con ánimos de discutir, cuando nuestra pequeña trampa se evidencie y estemos acorralados en una andanada de argumentos más convincentes que los nuestros, probablemente nos veamos tentados a hacer uso de una explicación que va muy bien ligada con la ignorancia: el llamado “argumento especial”.

    Hildita, al ser mujer, no entiende las sutilezas del dominó, por lo que no puede comprender que es absurdo el que yo no tenga que mostrar mi ficha para demostrar que gané. Por eso no me gusta jugar con mujeres, y de seguro ella perdió y por eso exige que le demuestre que gané, es una mala perdedora (¿Recuerda el lector las indignadas críticas a la exigencia del “voto por voto, casilla por casilla” que los “triunfadores” le hacían a cierto candidato a la presidencia de México en el 2006?).

    Las falacias de este tipo son torpes mis estimados, pero son efectivas y utilizadas desde que el ser humano tuvo que entablar conversación con su vecino de la cueva de al lado. Y es que los caminos del señor son misteriosos, ¿¿¿Verdad???.

    ¡Alea, iacta est!

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    Marcos Delgado 2017

    Ingeniero Químico y Licenciado en Educación, con Maestría y Doctorado en Ingeniería Ambiental.

    Catedrático universitario y empresario emprendedor en productos con valor científico agregado. Analista político y Rector de la Academia Superior de Estudios Masónicos (ASEM) de la Gran Logia “Cosmos” del Estado de Chihuahua. Líder del Comité de Participación Política “Salvador Allende”.

    *La suerte está echada


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